De muchas maneras, el futuro de la madera dependerá no solo de lo que hagamos, sino también de lo que nuestros antepasados hicieron en décadas pasadas.
Por Craig Webb
Hace poco, visité un aserradero al oeste de la divisoria continental, que está haciendo negocio basados en los errores de nuestros antepasados. Intermountain Resources, en Montrose, Colorado, prevé aserrar este año 40 millones de pies (12.2 millones de metros) de tablas de madera de pinos contorta que crecen (más bien, mueren) en terrenos federales. La historia de estos pinos es en gran parte la historia de la madera en los Estados Unidos en los últimos 120 años.
Estos pinos contorta surgieron de manera natural a fines del siglo XIX, después de que los buscadores de oro, los mineros y los granjeros que se asentaron en Colorado talaron los bosques originales a tal grado que el estado tiene ahora más árboles de los que había en la década de 1870.
Poco tiempo después llegó el presidente Theodore Roosevelt, quien, junto con Gifford Pinchot y John Muir, creó los bosques y parques nacionales. Así comenzaron a dirigir a los Estados Unidos hacia dos metas simultáneas: preservar los bosques para la industria maderera y para la eternidad.
Los pinos alcanzaron su madurez poco tiempo después de la Segunda Guerra Mundial, cuando comenzó la administración activa de los bosques. Desafortunadamente, ese estilo de gestión consideraba que los incendios eran algo malo, no parte del ciclo de vida natural del bosque. Los leñadores pueden hacer parte de lo que logra un incendio, al talar partes del bosque, pero en la década de 1980, las demandas legales de los ecologistas limitaron considerablemente las talas en terrenos federales. Los pinos contorta siguieron creciendo.
Hoy en día, estos pinos son viejos y, como los seres humanos, son más vulnerables que cualquier otro. Esto ha facilitado que los escarabajos de pinos de montaña proliferen y destruyan grandes extensiones de árboles en Colorado. Estos árboles muertos, así como los que murieron de causas naturales, son los que se asierran en Montrose.
Mi visita a Intermountain Resources formó parte de una investigación de un año sobre el futuro de la madera. Después de viajar miles de kilómetros y entrevistar a docenas de personas, puedo informar que la madera tiene un futuro emocionante. (Los resultados se presentan a partir de la página 31). Sin embargo, su futuro también tiene peligros, no solo porque no sabemos la forma en que los patrones de propiedad o los precios de los recursos energéticos afectarán los productos más vendidos por los distribuidores. Es complicado, ya que nuestro pasado tiene un papel muy importante en nuestro futuro.
Tomemos, como ejemplo, nuestras políticas de bosques nacionales. Fueron los recuerdos de la denudación de la zona septentrional del Medio Oeste a mediados del siglo XIX, en combinación con la tala desmedida en el Noroeste, que propició la creación de los parques y bosques nacionales hace más de 100 años. En la actualidad, son los recuerdos de los ecologistas de lo que consideran una tala excesiva de árboles entre 1945 y 1990 lo que usan para justificar sus restricciones a la recolección de madera en los bosques nacionales. Las demandas legales para proteger al búho moteado fueron una manera de lograr su objetivo.
Haciendo a un lado la política, el pasado es importante para el futuro de la madera, ya que un árbol tarda mucho tiempo en crecer. Un granjero en Florida puede realizar varias cosechas en un año. Un vinicultor en California puede invertir cuatro años en sus viñedos antes de que comiencen a producir. En cambio, una granja de árboles necesita 12 años como mínimo en el Sur, y décadas en otras partes, para que un árbol joven rinda beneficios económicos.
Hacia el final de mi investigación, comí en Olympia, Washington, con un comprador y vendedor local de madera llamado Les Sjoholm (pronunciado “síjolm”). Su padre emigró de Suecia para trabajar en los campamentos de explotación forestal del Noroeste y, cuando era niño, el señor Sjoholm, vivió en los campamentos mientras su madre cocinaba para los trabajadores. Los leñadores eran “personas muy rudas”, recuerda, “pero con corazón de oro. Parecían feroces, pero en el fondo no lo eran”.
El señor Sjoholm me contó muchísimas cosas esa noche, y usó términos que nunca había oído, como “látigo de la miseria”, “sonajas”, “lata de sueños” y “leñador gypo”. Dada la rapidez con la cual la industria maderera reemplaza a los seres humanos por automatización, el señor Sjoholm hablaba acerca de lo que pronto será una lengua muerta. Sin embargo, lo que hicieron esos leñadores perdura, una pequeña parte en nuestros recuerdos y la mayor parte en los bosques donde trabajaron. Es un legado al que tendremos que enfrentar durante décadas.
Este artículo fue editado de una versión publicada originalmente en la revista ProSales.